Skip to main content

Puntos de Vista


Misionar es la alegría de la Iglesia

Por: Pbro. Daniel Bossio

Creado el: 01 Agosto 2022

Con el lema “Mi vida por la suya” (Beata Laura vicuña), realizamos esta actividad tan querida por la Iglesia que es la misión y, en el caso de nuestro Seminario, la misión anual de invierno que venimos desarrollando en distintas zonas de la diócesis como así también en instituciones de promoción social y centros de salud: hospitales, cárceles, centros de rehabilitación, cottolengo, etc.

Misionar es la alegría de la Iglesia; es un tiempo de gracia donde la fe se comparte, se proclama, se celebra, se anuncia. Es un tiempo fuerte donde el Espíritu sopla y nos hace vivir la alegría del Evangelio. Es un tiempo donde se nos invita a reconocernos todos como hijos de Dios y hermanos entre nosotros dándonos la oportunidad de conocernos y valorar juntos el don de la vida recibida, con su carga de alegrías y tristezas, anhelos y esperanzas, búsquedas y desengaños.

Todo es motivo para el descubrimiento de la acción misteriosa del Dios vivo y providente. Los obispos nos enseñan que la misión no consiste en ir a llevar un mensaje que nosotros conocemos de memoria para gente que no sabe nada de Dios. Lejos de eso, nuestros pastores señalan que la misión es vínculo, es encuentro, es diálogo y escucha; es dejar que el Espíritu se manifieste dándose a conocer como Aquel que hace nuevas todas las cosas, Aquel que renueva la esperanza tantas veces puesta a prueba por las fatigas y preocupaciones de la vida (trabajo escaso, economía deprimida, conflictos familiares, falta de horizontes, enfermedades, pérdidas). Es el Espíritu que habla tanto en los adultos como en los niños y, de modo singular en los jóvenes cuyos corazones vibrantes están a la espera de un verdadero encuentro con el Amigo, Hermano y Maestro que es capaz de llenar de sentido sus vidas: Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

El incontenible dinamismo misionero de la Iglesia naciente, tal como lo narra el Libro de los Hechos de los Apóstoles, dio comienzo en Pentecostés, cumpliéndose la promesa de Jesús a los suyos (“Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra”, Hech 1, 8 ). Así, los primeros siglos de la acción misionera de la Iglesia fueron embellecidos por el testimonio, hasta dar la vida como mártires, de innumerable cantidad de cristianos en las distintas regiones del Imperio romano.

Hoy somos nosotros los convocados por el Señor para anunciar con ardor y creatividad la Buena Noticia a los miembros de nuestras comunidades barriales en constante crecimiento. Nos anima el cautivante testimonio de vida de la adolescente Laura Vicuña (1891-1904), que en sus breves 12 años de vida supo desarrollar un inmenso amor a Jesús y también a su mamá Mercedes. Laurita, contemplando los sufrimientos que enfrentaba su mamá en una relación inconveniente con su patrón Manuel Mora, pudo darse cuenta - gracias a la formación religiosa que iba recibiendo de las Hermanas de María Auxiliadora fundadas por Don Bosco en la misión de Junín de los Andes (Neuquén)- que esa situación no era querida por Dios. Por este motivo y sufriendo también ella en carne propia la violencia verbal y física de este hombre llegó a concebir la idea de poder ofrecer su vida por la liberación de su mamá al estilo de Jesús, víctima inocente por nuestros pecados.  Por eso, cuando Laurita cayó gravemente enferma, en vez de quejarse aceptó con humildad esos dolores que la terminarían llevando a la muerte, con la íntima convicción de que ese sacrificio serviría, por gracia de Dios, para otorgarle a su mamá y a su hermanita Amanda la liberación de su terrible yugo y la posibilidad de comenzar una vida nueva. En el momento final de su vida, la santita reveló a su mamá el motivo de su profunda convicción de fe y confianza en Dios. Eso hizo que su mamá pudiera liberarse de esas indignas cadenas e iniciar una nueva vida en otro lugar, lejos de aquella región.

Siguiendo este ejemplo, tomamos como un faro luminoso las palabras del Papa Francisco quien nos enseña que, como Laurita, los cristianos estamos llamados a poseer profundas motivaciones para la misión. Sabemos que el impulso del Espíritu nos hace anunciadores de un mensaje que mucha gente está anhelando recibir, más allá de su condición social, de sus estudios o de sus historias de vida. Por eso vamos confiados al encuentro de nuestros hermanos, anunciando con sencilla audacia y humilde convicción que:

´No es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo. No es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas. No es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra. No es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón´ (Evangelii Gaudium 266).-

Pbro. Daniel Bossio
Rector del Seminario “De la Santa Cruz”
Diócesis de Lomas de Zamora