La fiesta de Corpus Christi
En el marco del Año Jubilar de la Misericordia, el obispo de la diócesis de Lomas de Zamora, monseñor Jorge Lugones sj., presidió esta tarde la misa y procesión con motivo de la fiesta de Corpus Christi.
- 01 Junio 2016
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En el marco del Año Jubilar de la Misericordia, el obispo de la diócesis de Lomas de Zamora, monseñor Jorge Lugones sj., presidió esta tarde la misa y procesión con motivo de la fiesta de Corpus Christi.
La celebración eucarística se llevó a cabo en la Plaza “Raúl Alfonsín (Lomas), y por la lluvia de esta tarde, la procesión con el Santísimo Sacramento debió realizarse en el mismo lugar.
Concelebraron la Eucaristía los obispos auxiliares, monseñor Jorge Vázquez y monseñor Jorge Torres Carbonell, y los sacerdotes presentes; las 60 parroquias de la Iglesia diocesana -provenientes de San Vicente, Presidente Perón, Almirante Brown, Ezeiza, Esteban Echeverría y Lomas- participaron de la ceremonia junto a diáconos permanentes, fieles y representantes de las instituciones laicas y religiosas.
Homilía del Corpus Christi 2016
Querida comunidad diocesana:
Celebramos con gran alegría la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo: el Misterio de la Fe, que ha querido quedarse con nosotros visiblemente bajo las especies de pan y vino para contemplarlo, adorarlo y refugiarnos en El.
La Eucaristía celebrada y prolongada en la adoración es el sacramento de la muerte y resurrección del Señor que asegura su eficacia y actualidad.
El Pan y el vino eran parte de la comida de fiesta para celebrar el estar juntos en un encuentro familiar o comunitario. Al presentar el sacerdote Melquisedec a Abram estas ofrendas con la bendición y consumirlas juntos, pone de manifiesto una alianza sellada con una comida: que Dios mismo está en medio de su pueblo bendiciéndolo y acompañándolo como comunidad peregrina.
Este alimento es fuente de comunión como afirma San Pablo: ¿El pan que partimos no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo porque participamos de ese único pan”.
La comunión con Dios y con los hermanos nos compromete porque la comunión tiene consecuencias sociales. Comulgar con Jesús en la Eucaristía implica recibir una gracia santificante que refuerza mi amistad con Dios y con el prójimo, y por lo tanto exige ejercitar las obras de misericordia.
La bondad del pan, el hacerse pan para los demás como Jesús, que se parte y reparte para fortalecer y saciar a su pueblo, nos invita a ser sencillos, pobres, mansos, tiernos como el pan. A descubrir nuestra vocación de pueblo, como decimos los obispos, una participación que implica: “Exponerse, descubrirse, comunicarse, encontrarse… dejar circular la vida, la simpatía, la ternura y el calor humano”[1].
Confesamos nuestra fe en la Eucaristía sabiendo que Jesús da su Vida por todos y nos salva como pueblo, como dice Francisco: “Confesar que Jesús dio su sangre por nosotros nos impide conservar alguna duda acerca del amor sin límites que ennoblece a todo ser humano. Su redención tiene un sentido social porque Dios en Cristo no redime solamente la persona individual sino también las relaciones sociales entre los hombres”[2].
Denles ustedes mismos de comer, este mandato del Señor a los discípulos, debe interpelarnos a los que tenemos la oportunidad y el deber de ayudar al prójimo más necesitado. No solo debemos incluir sino integrar, como decimos los obispos: “La integración hace a la persona protagonista desde su propia dignidad e implica el derecho al trabajo, a la propiedad de la tierra y a un techo habitable. Esto está muy lejos de un protagonismo devastador, que impone sin ninguna ética su dominio absoluto”[3].
Ante la perplejidad de los discípulos que se excusan: no tenemos más que cinco panes y dos pescados… Jesús quiere que coman juntos: Háganlos sentar en grupos, porque allí está la fortaleza de la comunidad: cada vez que ponemos en común nuestros panes, con generosidad, dando lugar a otros, allí está el Señor bendiciéndonos para hacernos pan para los demás.
La adoración eucarística debemos multiplicarla ya que es fuente de gracia, condición esencial para la misión, no solo por nuestra prioridad diocesana, los jóvenes que nos están en la Iglesia, sino también para potenciar la misión en los “barrios verticales”, las torres de departamentos, a las cuales hemos empezado a llegar con la adoración de la eucaristía llevada por los ministros, y continuarla luego con la Red (Reflexión evangélica domiciliaria), el Evangelio del domingo en la casa. Y también en nuestras periferias desde la “opción eclesial por los más pobres”, no dudamos que muchos hermanos carentes de tantas cosas, al menos, no se quedaran sin que partamos y repartamos: el “Pan de la Buena Noticia de Jesús” como hacían los discípulos cuando “Enseñaban y anunciaban por las casas”, como narran los Hechos de los Apóstoles.
Jesús se quedó hecho pan para transformarnos en El. Para que lo hagamos presente en nuestra vida. Comulgar con Jesús implica salir al encuentro de los otros cristos como lo hizo el Señor un día con nosotros. Nos envía a poner la mano en el arado, pues Dios actúa con gran amor en nuestra historia a través de instrumentos humanos, pero si estos instrumentos se resisten a la apertura del encuentro, a la gratuidad del amor, entonces se cierran en la avaricia, en la comodidad, en el egoísmo, no se cumple la voluntad de Dios en nuestra tierra.
Les repito nuevamente lo dicho en una celebración como ésta: … que el encontrarnos cada domingo formando comunidad, nos recuerda la categoría irrenunciable de sentirnos pueblo de Dios. ¡Por eso celebramos, por esto nos alegramos y lloramos juntos! Sabiendo que este Dios con nosotros, que conduce nuestra historia, ha querido que lo tocáramos con nuestras manos, lo contemplemos con nuestros ojos, nos demos el abrazo de la paz, y en la cercanía de cada hermano sintamos muy cerca de nuestro corazón, al Dios hecho hombre, que nos hace nuevamente hermanos en esta vida terrena y coherederos del cielo.
Nuestra Madre Santísima, en su advocación de Madre y Reina de la Paz, que estrechó el Cuerpo Resucitado de su Hijo, nos estreche y acerque cada vez más al Misterio Eucarístico, Misterio de Fe, Misterio del Amor, un Amor personal y preferencial por cada uno de nosotros que nos ayude a vivir en comunidad la dimensión social de nuestra fe.
Obispo de Lomas de Zamora
[1] El Bicentenario. Tiempo para el encuentro fraterno de los argentinos Nº23 CEA 2016
[2] EG 178
[3] El Bicentenario Nº 30